Septiembre en Chiapas

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martes, 31 de enero de 2012

Newt Gingrich Precandidato del Partido Republicano : Conservador (y no tanto)





Los electores norteamericanos parecen ávidos de candidatos con reacciones humanas y Gingrich ofrece eso: es duro en los debates, pero sentimental con los votantes
Zoé Robledo
¿Qué es capaz de hacer un pasajero de avión que recibe un mal trato durante un vuelo? Algunos se quejan con las sobrecargos, otros levantan la voz buscando la complicidad del resto de los pasajeros, otros construyen mentalmente sólidos alegatos que terminan guardándose para sí. Pero existen otros tipos de pasajeros, como Newt Gingrich, que ante una descortesía a más de 10 mil pies, decide paralizar al gobierno del país más poderoso del mundo.
Era el mes de noviembre de 1995. Bill Clinton era presidente de Estados Unidos y Newt Gingrich presidente del Congreso y líder de la oposición del Partido Republicano. La plana mayor de la política norteamericana se trasladó a Jerusalén para asistir al funeral del primer ministro Yitzhak Rabin, que acababa de ser asesinado. Un total de 24 horas a bordo del avión presidencial Air Force One en medio de acalorados debates sobre el presupuesto de ese año. Gingrich y el también republicano líder del Senado, Bob Dole, fueron ubicados en los asientos traseros de la aeronave y, según su versión, obligados a descender por la parte de atrás. Esto acrecentó el rencor de Gingrich por lo que las descortesías aéreas fueron el pretexto perfecto para que tomara una visceral decisión: romper las negociaciones con Clinton e ir al cierre de las operaciones del gobierno. La medida implicó cerrar varios departamentos federales y despedir a empleados administrativos. En su libro Lessons Learned the Hard Way (Duras lecciones aprendidas), Gingrich describió la excusa del avión como "el error más fácil de evitar" de su carrera. Y es que, a la postre, esa arremetida republicana fue el comienzo de la recuperación electoral de Clinton, que en 1996 consiguió la reelección y los republicanos perdieron nueve escaños en la Cámara. Gingrich aceptó que su resentimiento personal con Clinton aceleró su decisión: "Es una pena... pero es humano".
Ese es Newt Gingrich, el hombre que podría convertirse en el candidato republicano rumbo a la Casa Blanca.
Hombre de los noventa
Durante los años noventa no hubo una figura republicana más prominente que la de Newt Gingrich. Fue él quien recuperó la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, se impuso como presidente de la misma (el primero del partido republicano en 40 años) y condujo la llamada "Revolución Conservadora" a través de un documento de su autoría: El Contrato con América, un decálogo de ideas inspiradas en la reminiscencias de la era Reagan (supresión del déficit público, adelgazamiento de los programas de gobierno e incremento de gastos militares. Todo envuelto en el celofán predilecto de los republicanos: la restauración de los valores tradicionales en torno a la familia, la moralidad y la religión). Desde su posición obtuvo victorias importantes. En 1995 la revista Time lo nombró persona del año.
Gingrich es primordialmente un legislador. Lo fue durante 20 años (1979-1999) por el sexto distrito de Atlanta. Ahí se creó la imagen de político agresivamente partidista. De retórica colérica y exacerbada, nunca escatimó adjetivos para caracterizar a los demócratas: los llamó "pervertidos", "grotescos", "locos", "estúpidos", "corruptos" y "obsesionados con un Estado de asistencia social". Su imagen comenzó a mutar a la de un opositor interesado en frenar proyectos y desmantelar conquistas sociales más que en construir sistemas alternativos. Encabezó ataques contra los demócratas sobre asuntos de ética. Aunque el tema le recularía más tarde, ya que fue multado con 300 mil dólares por usar fondos exentos de impuestos para pagar por un curso que él estaba enseñando y que tenía claros tintes políticos. Razón por la que tuvo que renunciar en 1998 a la Presidencia de la Cámara de Representantes. Cuatro años duró su liderazgo frente a los republicanos. Se fue con una frase dilapidante: "Estoy dispuesto a liderar... pero no estoy dispuesto a presidir sobre caníbales". Gingrich se retiró de la política durante varios años... hasta esta elección.
Vuelto a nacer
¿Cómo revivió este hombre? El autor del milagro tiene un nombre: Mitt Romney. Las vacilaciones sobre su credo conservador, la ambigüedad de sus posiciones y las incesantes revelaciones sobre el origen y manejo de sus cuantiosas finanzas personales, hacen de Romney un candidato vulnerable frente al electorado más conservador. Y cuando los republicanos levantan la mirada para ver la baraja, la segunda opción es Gingrich. Esto se pudo observar en la elección primaria de Carolina del Sur, donde el electorado más conservador le dio una amplia victoria a Gingrich sobre Romney.
El oxígeno que da vida a Romney es su posición de ser el candidato más competitivo en la elección general de noviembre, la que vale, contra Obama. Si no fuera por esto, la de Romney sería una candidatura inviable. Pero hoy, lo cierto es que nadie presenta una candidatura competitiva fuera de la arena republicana. Gingrich frente a Obama pierde en todas las encuestas por un margen de 10 puntos porcentuales.
¿Qué puede ocurrir? Que gane el mejor republicano y no el mejor candidato. Para que esto ocurra, Gingrich deberá obtener un buen resultado en Florida (31 de enero) y echar su resto en el Súper Martes que se celebrará en Texas el 6 de marzo.
Pero más allá de su posible candidatura, muchos se preguntan: ¿es posible pensar en una Casa Blanca con Gingrich?
A sus 68 años Gingrich insiste en que se ha calmado y ha madurado. Pero es difícil de borrar de la memoria de la clase política sus irreprimibles impulsos. Steve Gillon, autor del libro The Pact: Bill Clinton, Newt Gingrich, and the Rivalry that Defined a Generation (El pacto: Bill Clinton, Newt Gingrich y la rivalidad que definió a una generación) señala: "Ese es el verdadero defecto de Gingrich. Si se le da la oportunidad, él da rienda suelta a ese demonio. Pero, si se le pueden poner límites, creo que sería un Presidente exitoso, centrista, dispuesto a negociar, un conservador práctico".
Él asegura que ha cambiado. Sin embargo, es válido cuestionar si ese cambio es necesario. Su retórica, su grandilocuencia y su capacidad de polemizar podrían traer un debate más auténtico e interesante a una contienda que transita por los aburridos bordes de lo políticamente correcto. Ese, a diferencia de lo que ocurrió en los noventa, puede ser un punto a favor. Los electores norteamericanos parecen ávidos de candidatos con reacciones humanas, que se salen del guión, que exageran y se emocionan. Y vaya que Gingrich cumple esos atributos: es duro en los debates y sentimental con los votantes. Hace unas semanas lloró al hablar de su madre.
Por otro lado, Gingrich ha puesto a la mesa una serie de interesantes ideas y programas. La más destacable: Reforma migratoria que incluya la legalización de los "sin papeles" que llevan décadas en Estados Unidos. Es el más moderado de los aspirantes republicanos en ese tema y está a punto de sumar puntos importantes entre el electorado hispano cuando dé a conocer a su compañero de fórmula que, según ha anunciado, será un político latino que podría estar entre Marco Rubio, senador por Florida de origen cubano, o la gobernadora de Nuevo México, Susana Martínez.
¿Qué se opone a la candidatura de Gingrich? El propio Newt. Y es que lo persigue una serie de escándalos financieros y sentimentales. Gingrich fue infiel a su primera mujer, Jackie Battley, su ex profesora de geometría con la que se casó a los 19 años. En 1981, se casó con su amante de entonces, Marianne, a la que también traicionó durante años. La dejó por Callista, una empleada 23 años más joven que él y tercera esposa desde 2000. Lo más llamativo quizá sea que mientras mantenía su segunda aventura matrimonial, Newt Gingrich era uno de los que lideraban la campaña contra Bill Clinton por el caso Monica Lewinsky.
Gingrich es muestra de que la moral de los candidatos, lo que pasa en sus vidas privadas, pesa en las elecciones estadounidenses. Si es correcto o no, es otro debate, pero considerar a la moral un elemento irrelevante sería ingenuo. La idea es simple, pero ha sido motivada durante años por los conservadores: un hombre que le miente a su esposa le puede mentir a su país. Ese fue el argumento que gente como Gingrich usó en los noventa para vincular las sórdidas relaciones de Clinton con diversas mujeres y su "imposibilidad" de ocupar la alta responsabilidad de la Presidencia.
¿Qué lo podría salvar? Una idea antigua y acorde con la moral conservadora: el arrepentimiento.
 
 
 




Twitter: @zoerobledo

lunes, 23 de enero de 2012

Mitt Romney Precandidato Republicano: Moderado y Competitivo







No tiene el carisma para la política actual, pero si gana las primarias puede convertirse en un serio competidor de Obama.

Zoé Robledo

Un hombre compite por la Presidencia de Estados Unidos. Es un mormón. Cree fervientemente que en 1823 un ángel llamado Moroni trajo a la Tierra unas tablas de oro, escritas en "egipcio reformado", en las que se narra que una tribu perdida de Israel cruzó el Atlántico 600 años antes de la era cristiana, habitó en América y tuvo contacto con Jesucristo, que vino a predicar después de su resurrección. Se llama Joseph Smith, fundador de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días. Es 1844, y Smith aprovecha su liderazgo religioso y se postula a la Presidencia. Acusado de autocrático y polígamo, fue encarcelado en Illinois y linchado por una turba el 27 de junio de ese año.

Hoy, otro mormón está cerca de la Casa Blanca. Se llama Mitt Romney y es el político que podría lograr una hazaña histórica: que un candidato republicano venza a un presidente demócrata en su intento por reelegirse. Se trata del resultado electoral menos frecuente; en 56 elecciones sólo ha ocurrido en dos ocasiones. La primera en 1888 y la segunda en 1980, cuando el presidente Jimmy Carter recibió la peor paliza de la historia electoral de Estados Unidos y se configuró la llegada al poder de Ronald Reagan.

¿Puede repetirse esa historia? ¿Es Romney lo suficientemente competitivo frente al presidente Barack Obama? ¿Es el nuevo Reagan?

Hijo de políticos, su padre George Romney fue gobernador de Michigan entre 1963 y 1969, y su madre, Leonore, fue candidata al Senado por ese mismo estado en 1970. De su familia también heredó la vena empresarial: George Romney fue director de la American Motors Corporation. De ganar la nominación republicana, se convertiría en el candidato más acaudalado de alguno de los dos partidos grandes. Y eso es mucho decir para una lista en la que han figurado los apellidos Kennedy y Bush.
Nació en Detroit en marzo de 1947. Estudió leyes y negocios en Harvard. En 1994 fue rival de Ted Kennedy por el escaño del Senado por Massachusetts. Romney perdió por un amplio margen. Se concentró en sus negocios. Fundó Bain Capital. En 2002 "rescató" los Juegos Olímpicos de Invierno de Salk Lake City que estaban condenados a convertirse en una debacle financiera. Con esa fama de buen administrador, accedió al gobierno de Massachusetts (2003-2007). Aspiró a la candidatura del Partido Republicano en 2008. Perdió frente a John McCain. Pero Mitt Romney es un político precavido. El día siguiente de su retiro de la contienda en 2008, Romney ya tenía los ojos puestos en 2012. Lleva cuatro años de metodológica expansión. Su estructura es lo suficientemente robusta para ganar la primaria y la elección general.

Ésa es la condición más fuerte de Romney frente a sus rivales republicanos: su competitividad frente a Obama en la elección general. Con esa carta ha obtenido una serie de victorias en las elecciones primarias de su partido. En la elección de Iowa, tradicionalmente conservadora, obtuvo una cerrada victoria; pero en New Hampshire -tradicionalmente liberal- obtuvo el 39 por ciento de la votación, seguido de lejos por Ron Paul con 23 por ciento y por Jon Huntsman con 17 por ciento; este último, ex gobernador de Utah, se retiró días después para sumarse a la candidatura de Romney como un fuerte prospecto a secretario de Estado en una eventual Presidencia republicana. Romney tiene el momentum para ganar la aduana de Florida (31 de enero), donde el dinero es el que manda. Romney ha invertido una cantidad considerable de recursos en este decisivo estado. Esa victoria podría ser definitiva para otorgarle la candidatura.

Sin embargo, no todo está dicho. Si la fórmula que hace competitivo a Romney entre votantes independientes es su moderación, entre votantes republicanos esto podría significar una debilidad. Y es que, aunque la tendencia ha sido favorecer posiciones extremas para luego optar por el candidato moderado, en esta etapa de la contienda se espera que el candidato republicano suscriba, con vehemencia, una lista de posiciones que, de acuerdo al semanario The Economist (The right Republican, enero 2012) son: "que el aborto debe ser ilegal en todos los casos; que el matrimonio gay debe estar prohibido; que los 12 millones de inmigrantes 'ilegales', incluso aquellos que han vivido en Estados Unidos por décadas, deben volver a sus países de origen; que los 46 millones de personas que carecen de seguro de salud sólo deben culparse a sí mismos; que el calentamiento global es una conspiración; que cualquier forma de control de armas personales es inconstitucional; que cualquier forma de incremento de impuestos debe ser vetada...".

El problema es que Romney no se ha posicionado claramente sobre estos asuntos, lo que pone en duda su conservadurismo. Arma de dos filos, esta situación lo fortalece frente al grueso del electorado, pero preocupa a los que le pueden otorgar la nominación. Para mantener su atributo de competitividad, Romney necesita obtener lo más pronto posible la nominación para ir a donde estará la contienda: contra Obama y en el centro.

¿Presidente o gerente general?

Otro de los atributos de Romney es su capacidad administrativa. Es un hombre que, a diferencia del Presidente y sus rivales republicanos, sabe de negocios. Fundó y dirigió durante 15 años una compañía en Boston llamada Bain Capital. Durante la década de los ochenta y noventa, la empresa tuvo una exitosa operación que consistía en comprar y administrar a empresas con problemas financieros, lo que muchas veces significaba vender sus bienes y hacer recortes masivos de empleados. La juguetería Toys R Us, Dunkin' Donuts, Staples fueron algunas de esas empresas. En su defensa, Romney ha señalado que, en su paso por Bain, aportó en la creación de 100 mil empleos. Aseveración muy difícil de comprobar. La apuesta de Romney es que, si la economía es la mayor preocupación de la población, su experiencia como un exitoso hombre de negocios puede jugar a su favor. Si la pregunta del 2008 fue si Estados Unidos estaba listo para un Presidente negro, la pregunta de 2012 podría ser: ¿debe dejarse todo en manos de un empresario?

Esta oferta podría ser muy atractiva para votantes independientes, lejanos de posiciones ideológicas y que desconfían de los políticos tradicionales. Sin embargo, ante acusaciones de pérdida de empleos por las operaciones de sus compañías, y la reciente revelación de que paga una tasa impositiva menor a la de la media, podría abrirle un frente devastador: que la gran virtud que quiere explotar sea, a la vez, su mayor vulnerabilidad.

A su favor, Romney podría tener que Obama está en un mal momento de su popularidad. La percepción no indica que Obama vaya a perder, pero por primera vez parece que puede perder. Ningún Presidente, desde Roosevelt, ha sido reelecto con una tasa de desempleo tan alta como la de hoy.
Mitt Romney no es un Reagan. Difícilmente podrá construir lazos de empatía emocional con los votantes norteamericanos. Pero las grandes interrogantes son: ¿es eso necesario?, ¿qué está buscando el electorado estadounidense este año? ¿Será la elección de noviembre un referéndum a Obama o la oportunidad de optar por una vía diferente?

Hay muchas razones para dudar que Romney ganará. Incluso para dudar si sería un buen Presidente. Pero una es inaceptable: su fe. Si el electorado estadounidense no vota por Romney por su pasado empresarial o por su forma de gobernar Massachusetts, son razones entendibles para la democracia más grande del mundo. No así el hecho de que sea miembro de una religión minoritaria, por más polémica que ésta sea. La religión no será su principal problema. Hay quienes calculan que hacer de la religión de Romney un tema de campaña sería políticamente incorrecto. Ya ha ocurrido en otras ocasiones. Como en 1960, cuando otro candidato de Massachusetts explicó que era un estadounidense compitiendo por la Presidencia, no un católico compitiendo por la Presidencia. Se llamaba John F. Kennedy.



Twitter: @zoerobledo

domingo, 11 de septiembre de 2011

Nuevo orden mundial. A 10 años del 11 de septiembre.






Para México, los atentados representaron el abrupto final de una etapa de cooperación que apenas comenzaba a construirse

Zoé Robledo

Ciudad de México  (11 septiembre 2011).- "Después de haber realizado tanto y alcanzado tan grande éxito, los Estados Unidos se encuentran ahora en ese punto histórico en que una gran nación está en peligro de perder su perspectiva de lo que queda exactamente dentro del reino de su poder y lo que está más allá del mismo".
Senador J. William Fulbright, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado Norteamericano, 1966.

Primer impacto. Los testigos presenciales son contados, pero la magnitud del evento moviliza a todos los medios de comunicación existentes y la noticia recorre el territorio norteamericano, y después el mundo, a gran velocidad. La televisión convoca a la mayoría. Todos buscan respuestas en la pantalla chica. Televidentes y conductores se hacen uno en su confusión.

Segundo impacto. El objetivo es otro pero el resultado es el mismo. Esta vez es captado por millones de pupilas que observan, azoradas, el instante. La historia se despliega ante ellos no como un proceso, sino como un hecho específico del que son testigos en tiempo real. De uno y otro lado de la pantalla se lucha por encontrar contexto en medio del caos.

Los hechos ocurren en Dallas, Texas, la mañana del 24 de noviembre de 1963. Se calcula que había 20 millones de personas viendo la televisión cuando Jack Ruby asesinó a quemarropa a Lee Harvey Oswald, el hombre acusado de perpetrar el asesinato del 35º Presidente de Estados Unidos de América, John F. Kennedy.

Como un déjà vu  colectivo, 37 años después la historia se repetía. La mañana del 11 de septiembre del 2001, nuevamente, Occidente se sumergía en ese extraño sentimiento que habita entre la perplejidad, el miedo y el luto. Nuevamente, casi por instinto, fuimos recibiendo y haciendo la misma llamada telefónica: "prende la televisión, un avión chocó en una de las Torres Gemelas de Nueva York". Esas llamadas, multiplicadas, idénticas, fueron el preludio para presenciar "en vivo" el instante en el que una época se desmoronaba. El choque del segundo avión, el impacto emocional, una certeza convertida en conclusión: no es un accidente, es un ataque, el mundo va a cambiar.

El mundo antes del 11/9

En su primera plana del 11 de septiembre de 2001, el New York Times consigna la historia del secuestro de un avión. Una nota del periodista C. J. Chivers, que entonces cubría la fuente del Departamento de Policía de Nueva York, describía el arresto de Patrick Dolan Critton, un profesor de 54 años acusado de haber secuestrado un DC-9 de Air Canada, con la ruta Ontario-Toronto, en diciembre de 1971. Dolan Critton había obligado, pistola y granada en mano, a que la aeronave cambiara su curso hacia Cuba. Tuvo éxito y logró evadir la justicia durante 30 años, hasta que la modernidad lo alcanzó. Una búsqueda de su nombre en Google permitió que la policía lo localizara dando clases en una escuela de Westchester, en el condado de Nueva York. Diez años después, la historia de Dolan Critton adquiere un nuevo significado. No se trataba de una premonición de lo que ocurriría ese día, ni la expresión cotidiana de una sociedad que vivía aterrorizada por el terrorismo. No. Simplemente fue una coincidencia. Una sociedad que se consideraba intocable, blindada, podía ilustrar, con el caso del secuestro de un avión, las ventajas de un motor de búsqueda en internet para resolver crímenes del pasado. Fue hace apenas 10 años, pero ese mundo previo al 11/9 hoy parece muy lejano.

Ese sentimiento de seguridad e invulnerabilidad duró exactamente 4 mil 324 días. Entre la noche del jueves 9 de noviembre de 1989 y la mañana del 11 de septiembre de 2001. 11 años, 10 meses, 2 días entre la caída del Muro de Berlín, el momento simbólico que marcó el fin de la Guerra Fría, la desaparición de un mundo bipolar y el 11/9. Fue la década en la que surgió el mito de Estados Unidos como una superpotencia, hegemónica y bondadosa; resuelta a utilizar nuevos mecanismos para promover la estabilidad, la democracia y el respeto por los derechos humanos más allá de sus fronteras y de sus intereses estratégicos. Eran tiempos de Bill Clinton. Según su consejera para política exterior, Nancy Soderberg, Clinton estaba decidido a "alcanzar nuevas formas de confrontación, usar la fuerza con prudencia y la diplomacia de manera eficaz". Eran épocas de grandes retos. El orden mundial caracterizado por el sistema bipolar era sustituido por el desorden: guerras civiles, conflictos étnicos, "Estados fallidos", narcotráfico, terrorismo internacional, propagación de enfermedades contagiosas y degradación ambiental conformaban la colección de amenazas que debían ser enfrentadas. El mejor ejemplo de que ningún tema prevalecía sobre los demás es que en 1998, cuando Clinton lanzó un ataque preventivo contra Osama Bin Laden, algunos críticos lanzaron la disparatada idea de que el presidente estadounidense pretendía desviar la atención de la investigación sobre su relación con una becaria.

En los 10 años anteriores al 11/9, historiadores, políticos e intelectuales se esforzaban por definir el momento en que Estados Unidos emergía como única superpotencia. Zygmunt Bauman planteaba la idea de la Modernidad líquida (2000) como la condición de una sociedad que carece de un sentido de orientación claro, con precarios vínculos humanos, marcada por el individualismo y el carácter transitorio y volátil de sus relaciones. El fin de la historia      de Francis Fukuyama (1992) afirmaba que todos los países aceptarían los valores democráticos occidentales, con lo cual terminaba el conflicto. Samuel Huntington en su Choque de Civilizaciones        (1993) predecía que las divisiones religiosas y culturales los exacerbarían. Pero no hubo un acontecimiento particular en esa década que confirmara una u otra teoría. Hasta las 8:45 del 11 de septiembre de 2001.

El asesinato de tres mil estadounidenses en Nueva York, en Washington D.C. y en el vuelo derribado en Pensilvania cambió radicalmente el curso de la historia. Supuso el fin del mito de la invencibilidad estadounidense. Repentinamente, la superpotencia era vulnerable en su propio territorio, constituía un blanco debido a su riqueza, su cultura y su abrumadora fuerza militar ¿Cuáles fueron los trazos, cuáles las heridas más profundas, los cambios más notables, 10 años después?

Un nuevo orden mundial: la guerra contra el terror

El alcance más profundo del 11 de septiembre no se encuentra en el ataque mismo, sino en la respuesta de Estados Unidos y su entonces presidente, George W. Bush: le declaró la guerra al terrorismo. Su decisión recibió un sólido apoyo dentro y fuera de Estados Unidos. Todos cerraron filas. Incluso la OTAN invocó, por primera vez, el artículo V de su Acta de Fundación considerando que los ataques del 11/9 eran una ofensiva contra todos sus miembros.

La primera operación, "Libertad duradera", consistió en invadir Afganistán, el país que servía de base de operaciones a Bin Laden y su organización terrorista Al Qaeda. Estados Unidos logró deponer al régimen talibán pero no consiguió capturar al principal protagonista, al enemigo público número uno del pueblo norteamericano. Entonces se abrieron dos opciones: que la genuina y espontánea ola de solidaridad y simpatía por los norteamericanos –víctimas por primera vez– sirviera para fortalecer un enfoque internacionalista y reforzar las reglas mundiales como medida para proteger los intereses nacionales; u optar por el consejo de los "hegemonistas" –Dick Cheney, Paul Wolfowitz y Donald Rumsfeld– que veían el ataque del 11 de septiembre como una oportunidad para conseguir otro propósito: invadir Iraq. Una opción significaba usar la fuerza para que las partes volvieran a la diplomacia, la otra usaba la diplomacia para justificar el uso de la fuerza. Es claro que Bush eligió la segunda opción.

El giro de la superpotencia herida fue el peor imaginable: las relaciones internacionales se volvieron relaciones de poder en las que prevalecía la fuerza y no el derecho. Reafirmaba la supremacía de Estados Unidos y, con ello, la legitimidad de imponer su visión del mundo, sus intereses y sus valores al resto de los países. Existía un convencimiento pleno de que el poder militar, la toma de decisiones unilaterales y la guerra preventiva eran las únicas formas de proteger los intereses de Estados Unidos. En el discurso sobre el Estado de la Unión pronunciado en el Congreso el 20 de septiembre del 2001, Bush es claro: "perseguiremos a las naciones que ayuden o den refugio al terrorismo. Toda nación, en toda región del mundo, ahora tiene que tomar una decisión. Están de nuestro lado o están del lado de los terroristas".

La advertencia era para todos; estadounidenses incluidos. Todos eran llamados a aportar algo luego de la tragedia; y a los ciudadanos les tocaba sacrificar libertades civiles a cambio de seguridad. El 24 de octubre de 2001 fue aprobada tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado estadounidense la Ley Patriótica (USA PATRIOT Act, acrónimo de "Uniting and Strengthening America by Providing Appropriate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism" –Unir y Fortalecer América al Proporcionar las Herramientas Necesarias para Interceptar y Obstruir el Terrorismo–). Presentada como una medida que permitiría desenmascarar a terroristas internacionales en suelo estadounidense, la Ley Patriótica confirió al Ejecutivo poderes sin precedentes a efecto de obtener información confidencial mediante el acceso a información personal (intervención telefónica, contenido de correos electrónicos y fichas de bibliotecas) a la vez que limitaba el acceso público a información gubernamental. La Ley Patriótica sólo obtuvo un voto en contra en el Senado, el del senador Russel Feingold, que advirtió: "una de las principales razones de que estemos en esta nueva guerra contra el terrorismo es la necesidad de preservar nuestra libertad. Si sacrificamos las libertades del pueblo norteamericano, habremos perdido esta guerra sin llegar a disparar un solo tiro". Pero nadie escuchó esa advertencia.

Las concesiones en nombre del "orden y la seguridad" trajeron consigo síntomas del deterioro de la sociedad estadounidense y del sistema democrático. El argumento del 11/9 sirvió a los más perversos objetivos en aras de la protección contra el terrorismo. Se vulneraron valores y mecanismos del sistema de gestión multilateral construido por la comunidad internacional luego de la Segunda Guerra Mundial; la mentira y la manipulación se usaron como estrategias de gobierno, al tiempo que la creciente aceptación de la tortura como práctica en los interrogatorios se legalizó como política de Estado. Arrestos arbitrarios, torturas, desaparición de personas, encarcelamientos sin jueces, sin abogados ni con cargos declarados. Esa práctica tiene nombres e imágenes en el muro de la infamia: la cárcel iraquí de Abu Ghraib y las fotos que muestran las humillaciones y violencias a las que eran sometidos los prisioneros, el centro de detención afgano de Bagram y, desde luego, Guantánamo. Como lo señala el periodista argentino Eduardo Febbro: "Bush violó hasta el absurdo la esencia de la democracia".

En la sociedad norteamericana se sembraron dos semillas: el miedo y el patriotismo exacerbado. El primero apareció como una conducta obsesiva. Ser vulnerables a un ataque en su propio territorio no formaba parte de la conciencia nacional, por lo que una sensación de emergencia permanente sustituyó la anterior sensación de normalidad. El segundo, el patriotismo, infalible aglutinante social, el que sanamente antepone el país al yo, fue invocado reiteradamente creando la unidad necesaria en momentos de amenaza y crisis. Pero luego el tiro salió por la culata y el patriotismo se convirtió en rechazo de las instituciones democráticas y la expansión de expresiones de intolerancia a lo proveniente del mundo exterior. No se entiende el surgimiento de movimientos de extrema derecha, como el Tea Party, sin esa simiente del patriotismo exacerbado a partir del 11 de septiembre, que, en palabras del politólogo argentino Dante Caputo, tienen como pilar ideológico el Excepcionalismo Norteamericano, "una doctrina que nació con los primeros colonos puritanos en el siglo XVII y marcó buena parte de la política de Estados Unidos. Podríamos comprimirla en una sola frase: Estados Unidos es una excepción, de modo que lo que se aplica al resto de las naciones no vale para ese país". Los norteamericanos dejaron de creer que criticar a su país era prestarle un servicio. Fuera del elogio todo olía a traición. El 11 de septiembre marcó una transición hacia una nueva forma de entender los sucesos internacionales. Donde lo anormal, lo radical, lo extremo es definido como normal.

Ya lo prevenía Aldous Huxley en 1963 en The politics of Ecology : "puede haber discusiones acerca de la mejor manera de cultivar el trigo en un clima frío o de reforestar una montaña desnuda; pero tales discusiones jamás conducen a una matanza organizada. La matanza organizada es resultado de disputas en torno a preguntas como la siguiente: ¿cuál es la mejor de las naciones? ¿La mejor religión? ¿La mejor teoría política? ¿La mejor forma de gobierno? ¿Por qué son otros pueblos tan estúpidos y malvados? ¿Por qué no ven lo buenos e inteligentes que nosotros somos? ¿Por qué se resisten a nuestros benéficos esfuerzos por someterlos a nuestro dominio y convertirlos en algo semejante a nosotros mismos?". El concepto clave para dar paso a una nueva etapa post 11/9 es la empatía.

México: oportunidad perdida

Tres ideas, tres momentos, en menos de 25 años, que entusiasmaron al país. En 1977 aprenderíamos a administrar la abundancia; en 1994, la entrada en vigor del TLC era nuestra invitación al primer mundo. En el febrero del 2001, el encuentro entre los presidentes Vicente Fox y George Bush en Guanajuato en la llamada "Cumbre de las botas" representaba el inicio de una nueva relación entre vecinos. Bush había elegido México como su primer destino internacional y a Fox como su anfitrión. Los mandatarios compartían algo más que la afición por la vida rural y los caballos; exploraban nuevos esquemas de cooperación bilateral en la que era, abiertamente, la relación diplomática más importante para los dos países. "Estados Unidos no tiene una relación más importante en el mundo que la que tiene con México", declaró Bush. Y entonces llegó el 11 de septiembre. México se desdibujó de la agenda norteamericana; su importancia se supeditó a cuestiones de la seguridad nacional y el control de la frontera. El 11/9 supuso para nuestro país la suspensión de las negociaciones sobre un acuerdo migratorio que tenía como objetivo alcanzar la inmigración laboral regulada.

Por otro lado, el 11/9 despertó en México un debate sobre el grado de adhesión que el país debía prestar al vecino del norte. Fox no fue capaz de articular una estrategia ante los eventos. Sin compromisos concretos, la actitud de tibieza del presidente mexicano generó malestar en el gobierno norteamericano. Cuando el entonces canciller, Jorge Castañeda, concedió a Washington el derecho a las represalias bélicas, la lluvia de críticas fue casi unánime. Se evocó la tradición pacifista mexicana, la socorrida Doctrina Estrada y el principio de no intervención. Afloraron los resentimientos.

El gobierno norteamericano sabe actuar y tomar decisiones frente sus aliados o frente a quien públicamente los desaira. México ante a los hechos del 11 de septiembre actuó pobremente, con indefinición y poca sensibilidad. Tibio. Ante un suceso que enlutaba a una nación y cambiaba los referentes del mundo, el gobierno de Fox no actuó como se esperaba de un país aliado o al menos como socio y amigo, y lo más que pudo cosechar fue la distancia, la inconformidad y la desconfianza del gobierno de Bush. Nos perdimos en la ambigüedad, en la retórica, y así desperdiciamos una oportunidad histórica para replantear la relación entre países.

Lo que le quedó quizá a México como recuerdo del 11/9 fue la Ley de Protección Fronteriza contra el Terrorismo y de Control de la Inmigración Ilegal (diciembre de 2005), que entre otras cosas preveía la construcción de una barrera de contención física y vigilancia electrónica a lo largo de mil 125 kilómetros de la frontera con México y el posterior despliegue de 6 mil soldados de la Guardia Nacional para reforzar la vigilancia de la frontera.

La agenda bilateral desde entonces, se ha centrado en la seguridad de Estados Unidos y, a una década, los asuntos migratorios aguardan una nueva oportunidad, pero quizá algo más grave que todo eso es que México pasó a ser considerado parte de los riesgos de la nueva realidad de Estados Unidos.

¿Todo acaba con Osama?

El terrorismo, la presencia del Al Qaeda como sinónimo de enemigo público e incluso el ataque a los intereses y vidas de ciudadanos estadounidenses y sus aliados tenían una historia previa al 11/9. Al menos desde 1993 había empezado a registrase una creciente actividad de actos terroristas atribuidos a Al Qaeda contra intereses norteamericanos en distintos continentes. Uno de los más cruentos y con mayor número de víctimas fue el del 7 de agosto de 1998, en donde dos coches bomba explotaron simultáneamente en las embajadas estadounidenses en Nairobi y Dar es Salaam, provocando 224 muertes, 12 de ellas norteamericanas, y dos millares de heridos.

Tampoco el 11/9 pudo suponer el fin de los actos de la lucha de Al Qaeda. Basta recordar los atentados del 11 de marzo del 2004 en España, donde las explosiones en cuatro trenes de Madrid dejaron 192 muertos y casi dos millares de heridos, y el del 7 de julio de 2005 en el Reino Unido, en el que 56 personas fallecieron, cuatro de ellas terroristas suicidas, en cuatro atentados en las redes del Metro y autobuses de Londres. Después del 11/9 distintos atentados terroristas se han registrado también en Túnez, Indonesia, Arabia Saudita, Marruecos, Turquía, Egipto, Jordania, Iraq, Argelia y Yemen.

Diez años después, podemos decir claramente que los terroristas no han ganado. Pero, como dice Gideon Rose, en The U.S. vs. Al Qaeda             , tampoco está claro que hayamos ganado nosotros. Sí sabemos, sin embargo, que muchas de las ideas comunes que se habían impuesto en los últimos años eran falsas y que el llamado mundo occidental, por cinismo, pero también por ignorancia, se había acabado creyendo sus propias mentiras. El filósofo español Josep Ramoneda afirma: "las revoluciones de la llamada primavera árabe, cargadas todavía de incertezas sobre su suerte final, nos han revelado que Al Qaeda está fuera de juego en muchos países del mundo islámico y que han sido las nuevas generaciones, más que los impulsos bélicos de Occidente, los que la han derrotado".

La muerte del líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, en una operación especial de los Navy Seals, se produjo casi dos décadas después del primer atentado del grupo terrorista en el World Trade Center de Nueva York en 1993 y casi 10 años más tarde de la destrucción de las Torres Gemelas. Diez años después del 11/9 Bin Laden ha sido asesinado. Y, poco a poco, el Primer Mundo va emergiendo del clima de miedo que los ataques terroristas, primero, y la guerra antiterrorista, después, habían instalado.

El mundo post 11/9

Desde el inicio de su mandato en 2009, Barack Obama emprendió una estrategia por reconciliar a Estados Unidos con el resto del mundo. Su discurso a favor del multilateralismo, el retiro gradual de tropas de Iraq, el impulso del desarme nuclear, la eliminación del diccionario oficial de la infame expresión "guerra al terrorismo" ha comenzado a dar resultados. Obama tiene a buena parte de la comunidad internacional detrás de él apoyándolo, y no de frente señalándolo. El Nobel de la Paz 2009 se entiende como estímulo a ese viraje del timón. El reto del aniversario del 11/9 será plantear un nuevo modelo. El asesor de seguridad nacional de Carter, Zbigniew Brzezinski, se hace una pregunta clave: ¿dominación global o liderazgo global? Y responde: "El reto de los Estados Unidos será conformar un nuevo orden global basado en intereses compartidos por vía de la cooperación multilateral". O, como dice Morris Berman, "el punto obvio de comparación es Roma en el periodo tardío del Imperio, y es importante recordar que la clave de la decadencia fueron las contradicciones internas que le llevaron a su propio derrumbe".

Diez años después del 11/9 todos los elementos que hacían a Estados Unidos la única superpotencia realmente global se vieron disminuidos: su poderío militar se tardó casi una década para encontrar a Bin Laden; la ilusión de la vitalidad económica se encontró en 2008 con la realidad de la peor crisis financiera desde 1929; su tradición democrática se puso en entredicho con la limitación de libertades civiles de la llamada Ley Patriótica; su compromiso con la libertad y los derechos humanos adquirió nuevo significado con los nombres Guantánamo y Abu Ghraib.

El escritor y abogado musulmán Wajahat Ali ofrece y propone a los estadounidenses cuatro erres para este décimo aniversario: Recuerdo. De aquel día en que las dos torres cayeron, pero una nación de millones se levantó. Reconciliación. Con nuestros vecinos y ciudadanos de diferentes tradiciones religiosas y etnias que comparten el mismo ADN espiritual de "ser estadounidenses", o por lo menos "más humanos". Recuperación. Para una nación que intenta liberarse de la sombra amenazante de una tragedia que, en ocasiones, hizo sucumbir a sus peores miedos, histerias y paranoias. Resolver. Esperando que Estados Unidos, aplique en la práctica y en la realidad lo que sigue sin realizarse, con ciertos límites, del potencial de sus valores.

El 11/9 nos cambió la imagen del mundo. La imagen del mundo bipolar, permanentemente tenso donde el águila y el oso median recurrentemente sus fuerzas, pasó ahora a la imagen de un gran elefante de enorme fuerza y desproporcionado tamaño atacado por millones de pequeñas hormigas.

El 11/9 representó el viraje más importante e influyente en la evolución moderna de Estados Unidos y de su política. Bush y Obama son los lados opuestos de esta inflexión. Probablemente se requiera una década más para confirmar qué lado prevalecerá. Si volvemos al mundo previo al 11/9, superando la pesadilla del atentado y los años subsiguientes con un nuevo aliento al desarrollo del mundo y de las libertades, o si permanece la expresión de temor social anteponiendo la seguridad sobre la libertad.

Es cierto lo que dijo Norman Mailer poco antes de morir: "los sucesos del 11 de septiembre no se borrarán jamás de nuestra historia, porque no sólo fueron un desastre cataclísmico, sino un símbolo, descomunal y misterioso, de no sabemos qué; una obsesión que nos asaltará una y otra vez en los próximos decenios".

Pero eso no significa que no podamos tener la esperanza que  hoy, 10 años después, se cierre un ciclo y comience otro que promete ser mejor.














El autor es analista político.

Twitter: @zoerobledo


domingo, 24 de julio de 2011

Desplazados Internos: Un Fenómeno Mundial




A la ONU le preocupan las Personas Internamente Desplazadas, estimadas en más de 275 millones en todo el orbe.

Por Zoé Robledo

Torojo y sus 6 millones de habitantes están en desgracia. Desde su fundación como una República Federal en 1995, tras el colapso del comunismo, las tensiones entre los tres grupos étnicos predominantes -Totos, Romeos y Juliolinos- escalaron hasta llegar a una guerra civil. En el año 2003 en Torojo había 13 mil muertos y más de 800 mil personas desplazadas internamente.
La situación de Torojo es apremiante, sin embargo, se tiene la certeza de que ninguna agencia internacional va a intervenir. Y es que Torojo no existe. Es el caso práctico diseñado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el Instituto de Derecho Humanitario y el Instituto Brooking para los asistentes al taller anual que, desde hace siete años, realizan en materia de legislación para desplazados internos.
Invitado por ACNUR, tuve la oportunidad de formar parte del grupo que el pasado junio se reunió en la Villa Ormond, sede del Instituto de Derecho Humanitario en la ciudad de San Remo, Italia. El objetivo fue compartir experiencias sobre mecanismos de protección y atención a las personas internamente desplazadas y, sobre todo, sensibilizar a los participantes para abordar el fenómeno desde una perspectiva distinta.
El relator especial sobre los Derechos Humanos de las Personas Internamente Desplazadas, doctor Chaloka Beyani, encabezó el taller en el que participaron lo mismo el gobernador del estado de Niamey, Nigeria, Djibo Soumana, que la subsecretaria de Relaciones Exteriores de Kyrgyzstan, Medina Aitbaeva; el comisionado de Derechos Humanos de Filipinas, el director de protección civil de Nigeria y un senador de Zimbabwe, en un grupo que sumaba a 21 funcionarios internacionales.
Lo primero en lo que el taller pretende generar un consenso es ¿qué es una persona internamente desplazada?, la respuesta surge del documento de Naciones Unidas Principios Rectores de los Desplazamientos Internos (1998), en el que se establece que las personas internamente desplazadas (PID) son quienes se han visto forzadas u obligadas a escapar o huir de su hogar o su lugar de residencia habitual, como resultado -o para evitar los efectos- de un conflicto armado, de situaciones de violencia generalizada, de violaciones de los derechos humanos o de catástrofes naturales o provocadas por el ser humano, y que no han cruzado una frontera internacional reconocida.
El desafío para las organizaciones internacionales en la protección de las PID es que no constituyen una categoría legal, cuando un individuo que huye cruza la frontera internacional de su país, se convierte en un refugiado y como tal recibe protección y asistencia internacional, pero una persona que en circunstancias similares es desplazada internamente, no tiene esas mismas garantías pues se asume que sigue gozando de los derechos que le da su propio país, como al resto de la población.
Al inicio de 2011, el número de PID en el mundo se estimaba en 27.5 millones. Este número ha crecido de forma sostenida. Las evaluaciones señalan que en 1997 habían 17 millones; en 2001, 25 millones y para 2009 la cifra era de 27.1 millones. Los países con mayor número de PID en el mundo son Sudán, Colombia, Iraq, la República Democrática del Congo y Zimbabwe.
Cada caso es distinto. En Sudán, el país con mayor número de PID en el mundo, se registraron en 2010 entre 4.5 y 5.2 millones de desplazados a causa de la guerra civil de 1983 y conflictos armados posteriores.
El referente latinoamericano es Colombia donde existen entre 3.6 y 5.2 millones de PID. Los conflictos armados y violaciones a los derechos humanos provocaron migraciones masivas, especialmente de indígenas, cuyo acceso a la oferta gubernamental se disipó hasta la llegada del presidente Juan Manuel Santos, quien a pocos meses de su mandato implementó un programa integral para la atención de desplazados internos que incluye, entre otros aspectos, garantías para la recuperación de sus tierras.
En Iraq, se estima que hay casi 3 millones de PID. Desde 2009 el gobierno reforzó su programa de viviendas para brindarles protección, sin embargo, las restricciones operativas del gobierno han hecho que el acceso de agencias de Naciones Unidas sea limitado y se obstaculice la asistencia humanitaria. El fenómeno en la República Democrática del Congo ha sido particularmente complejo, la causas de que existan casi 2 millones de desplazados se vincula con políticas deliberadas, prácticas de desplazamiento arbitrario, violaciones a los derechos humanos y conflictos armados de grupos paramilitares. Y finalmente en Zimbabwe, cerca de un millón de personas se encuentran en esta condición debido a que las acciones del gobierno han sido las promotoras del desplazamiento. Como en todos los países los desplazados padecen muchas carencias pero en Zimbabwe, su situación se agrava debido a que es el país con el menor índice de desarrollo humano del mundo.
Desplazados ambientales
En 1990, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático indicaba que el mayor impacto del cambio climático podría producirse sobre la migración humana; sin embargo, poco se ha dedicado al análisis de los efectos del cambio climático en la distribución de la población humana.
Según Norman Myers de la Universidad de Oxford, para 2050, cuando el calentamiento global cobre fuerza podría haber hasta 200 millones de personas desplazadas por alteraciones de los sistemas monzónicos y otros sistemas de lluvias, por sequías de una gravedad y duración inusitadas, así como por la subida del nivel del mar y la inundación de los litorales. Es sin duda, una cifra desalentadora, implica que se multiplicaría casi por 10 toda la población actual de refugiados y desplazados internos del mundo. De seguir esta tendencia, en 2050 una de cada 45 personas en el planeta se habría desplazado por los efectos del cambio climático.
Este referente global supone un reto adicional: que las soluciones que se planteen deben ser integrales y de largo plazo. En nuestro país no se cuenta con una definición jurídica de a quién se considera una PID y por lo mismo no existen estadísticas oficiales al respecto. Sin embargo, existen condiciones objetivas que propician el desplazamiento interno de personas como son los conflictos religiosos, políticos y agrarios, las disputas por el control de recursos naturales, las catástrofes naturales y también la presencia de violencia local y crimen organizado.
En el Informe de Ejecución del Programa de Acción de la Conferencia Internacional Sobre la Población y el Desarrollo 1994-2009, del Consejo Nacional de Población (Conapo), se establece que mujeres, niñas, niños y adolescentes son las principales víctimas de este fenómeno. En este sentido, México debe incorporar políticas públicas deliberadas y la legislación consecuente para atender un fenómeno complejo, multicausal y previsiblemente creciente. Legislación que deberá no sólo atender los problemas históricos como los agrarios, sino también prever sus nuevas expresiones como los desplazados ambientales.
Esta perspectiva ha sido tomada en cuenta por el gobierno y el Congreso de Chiapas, en donde se discute actualmente una propuesta para legislar en materia de atención y protección a las PID por conflictos armados, fenómenos ambientales y conflictos religiosos. Chiapas es, al momento, el único gobierno subnacional en el mundo que está considerado la atención para personas internamente desplazadas, entre ellos también los desplazados ambientales.
¿Cuál es la naturaleza de estas iniciativas impulsadas por Naciones Unidas? Que la construcción de políticas públicas para la atención de este fenómeno surjan desde lo local, como en el caso de Chiapas, y sean producto de la sensibilización de los responsables directos quienes diseñarán posibles alternativas de solución duraderas a una problemática que, por decir lo menos, había permanecido invisible durante años.

El autor es politólogo y analista político.
Twitter: @zoerobledo

domingo, 13 de febrero de 2011

Revolución en Árabe













  •  La caída de Hosni Mubarak, en Egipto, simboliza la emergencia de un nuevo poder en el mundo árabe, el de la sociedad civil


Por Zoé Robledo

"El poder nunca da un paso atrás, sólo ante la presencia de más poder".

Malcolm X

Un hombre se acerca a una concurrida zona de la ciudad. Se detiene, se rocía de un líquido combustible, enciende un cerillo y se prende fuego frente a la mirada atónita de los transeúntes. Es un acto de protesta con el que inicia una serie de manifestaciones que tienen como consecuencia la caída de un régimen impopular y autoritario. El año es 1963. La ciudad es Saigón. El hombre es Thich Quang Duc, un monje vietnamita que se inmoló para protestar por la persecución de los budistas por parte del gobierno de Ngo Dinh Diem, primer presidente de la República de Vietnam del Sur. David Halberstam, corresponsal de The New York Times, ganaría un premio Pulitzer por su relato de ese instante: "...sentía en el aire el olor de la carne humana quemándose; los seres humanos se queman sorprendentemente rápido. Detrás de mí pude escuchar los sollozos de los vietnamitas que se reunían alrededor. Estaba demasiado horrorizado para llorar, demasiado confundido para tomar notas o hacer preguntas, demasiado desconcertado incluso para pensar..." (The Making of a Quagmire, New York, Random House, 1965). La imagen del monje, que impávido arde en llamas, quedó grabada en la memoria de toda una generación, y su sacrificio es considerado el punto de no retorno de la caída de un régimen. En los meses siguientes decenas de monjes repitieron la acción del primer mártir y el presidente Diem fue derrocado por sus aliados militares y asesinado en noviembre de 1963.

Hoy la historia parece repetirse. En la forma, aunque quizá no en el fondo. También la llamada Revolución de los Jazmines en Túnez tuvo como punto de quiebre la inmolación de un hombre, Mohamed Bouazizi, de 26 años, que perdió su fuente de ingresos: un puesto de frutas y verduras en la localidad tunecina de Sidi Bouzid. Pero las causas de Bouazizi fueron muy distintas a las de Thich Quang Duc. No hay en su martirio un sentido de colectividad sino de drama personal. No hay grandes causas históricas sino grandes sentimientos humanos. Frustración por tener un título universitario y estar obligado a vender frutas en la calle para alimentar a su familia. Ira por la forma con la que el gobierno lo despojó de su medio de subsistencia. Desesperación por la certeza de que nadie haría nada para ayudarlo. Su acto tuvo efectos insospechados en Túnez. Nadie en su entorno habría sospechado que su martirio público sería imitado en el mismo país y en países vecinos como Egipto, Argelia y Marruecos. Nadie esperaba que su sacrificio tocaría las fibras más sensibles de la población que perdió el miedo y salió a las calles a manifestarse. Nadie calculó que las protestas se organizarían por las redes sociales y darían pie a una revolución. Nadie, sobre todo el presidente Zine el Abidine Ben Ali, sospechaba que ese acto lo obligaría a huir del país que había gobernado durante 23 años. Nadie, en las democracias occidentales, previó que el 2011 comenzaría con un nuevo tipo de revolución en el mundo árabe.

¿Por qué nadie previno nada? Quizá porque estamos siendo testigos de un nuevo tipo de movimiento social. El filósofo francés Bernard-Henri Levy lo llamó e-revoluciones; su colega André Glucksmann lo califica de "revoluciones árabes". El periodista español Lluís Bassets, director adjunto de El País, lo nombra y describe como: "oleada revolucionaria, sin partidos y con mucha tecnología, y necesariamente pacífica, gandhiana". Atrás de estas definiciones hay argumentos, muchos y muy sólidos. Pero quizá este tipo de movimientos responde a una categoría aún más amplia: la del quinto poder.

El quinto poder es un fenómeno contemporáneo y es una modalidad inacabada de la ciudadanía social. Es una circunstancia en la que la comunidad humana percibe su poder, lo dimensiona en una mayor medida y se anima a ejercerlo. En este punto vale la pena preguntarnos, ¿es válido hablar de quinto poder en el mundo árabe? ¿En un espacio político donde el poder se concentra en muy pocas manos; en sociedades donde la división clásica entre Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial carece de todo sentido; donde el cuarto poder, entendido como los medios de comunicación tradicionales, está controlado de forma vertical y unilateral, por lo que pierde su capacidad de emitir opinión, seleccionar los temas relevantes de la agenda pública o influir en la estructura de decisiones colectivas? En sociedades en consolidación democrática o plenamente democráticas, a los cuatro poderes existentes se suma la sociedad como un quinto poder. Es protagonista y ejerce su derecho de participación, su capacidad de veto, su voluntad de hacer exigencias violentas. Pero no es un accidente, una maldición ni una virtud privativa de las democracias. Es un fenómeno normal cuando las vías de relación con el gobierno pierden su verticalidad; cuando el despertar de una sociedad coincide con el letargo de sus autoridades; cuando existe una brecha entre la percepción popular y las certezas de quienes toman las decisiones; cuando se pierde la empatía y una sociedad comienza a tener dos ritmos cardiacos, que laten simultánea pero desincronizadamente. Y esto puede ocurrir lo mismo en sistemas democráticos y no democráticos. Entonces, si es posible hablar de quinto poder en el Magreb y Medio Oriente, qué características y elementos se han expresado en los movimientos sociales del 2011.

I

La primera característica del quinto poder es su legitimidad: son los ciudadanos los que actúan a partir de aspiraciones muy concretas. Una de ellas, acceder a derechos y beneficios de los que han permanecido marginados. El detonador es el interés para corregir lo que se considera una exclusión injusta. En ese sentido, se presentan dos características, dos detonadores comunes en los países del Norte de África y Medio Oriente: gobiernos autocráticos y deterioro de las condiciones de vida.

En Túnez la energía social se volcó contra el presidente Zine el Abidine Ben Ali, que tuvo que huir del país que gobernó 23 años. En Egipto el presidente Hosni Mubarak concedió primero no presentarse a la reelección, tras 29 años en el poder; el jueves pasado anunció que gobernaría hasta los comicios de septiembre, pero el viernes tuvo que dimitir ante la presión social. En Yemen, Ali Abdullah Saleh, con 20 años en el poder, tampoco se presentará a la reelección. Este reclamo legítimo por la sustitución de los liderazgos tiene la potencialidad, en mayor o menor medida dependiendo de cada país, de convertirse en un elemento replicable en toda la región del Norte de África y Oriente Medio.

La revista The Economist acaba de publicar el The Shoe Thrower's index o Índice del lanzador de zapatos, en alusión al periodista iraquí Mountazer al-Zaidi, que en mayo de 2008 lanzó sus zapatos al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush. Se trata de una medición del estado de malestar del mundo árabe. Se construyó a partir de la ponderación de distintos indicadores conocidos: población menor de 25 años, número de años en el poder del mandatario en turno, corrupción y falta de democracia medida por los indicadores de Transparencia Internacional y Freedom House, ingreso per cápita y nivel de censura. Este índice intenta establecer qué países tienen más probabilidad de presentar movilizaciones sociales o, como lo señala la revista: "intentamos predecir hacia dónde se dirigirá el perfume de jazmín". El resultado arroja a 12 países con más de 50 puntos, siendo 100 el valor de más alta inestabilidad. En orden descendiente, los países son: Yemen, Libia, Egipto, Siria, Irak, Omán, Mauritania, Arabia Saudita, Argelia, Jordania, Túnez y Marruecos. Según el reporte 2010 de la organización no gubernamental Freedom House, sobre el grado de libertades políticas en cada país, de estos 12 países 11 están en el rango de "no libres" mientras que sólo Marruecos entra en la categoría de parcialmente libre.

Además, en estos 12 países, se observa otra característica común: son gerontocracias. La referencia al gobierno de los más viejos no se refiere únicamente a la edad de los mandatarios, que en promedio es de 61.5 años, con extremos en Arabia Saudita, donde el Rey Abdalá bin Abdelaziz al-Saud tiene 86 años y Siria, donde el presidente Bashar al-Asad tiene apenas 45. No. La referencia es por otra razón: los años que llevan en el poder. De los 12 países enumerados, en promedio los mandatarios llevan 17.3 años ejerciendo el poder. Igual, con extremos como el de Muammar al-Gaddafi en Libia, que lleva 41 años; y Mohamed Ould Abdel Aziz, de Mauritania, que apenas en 2008 accedió al poder luego de dar un golpe de Estado al gobierno democrático del presidente Sidi Ould Cheikh Abdallahi, en agosto del 2008. Resulta claro que el cambio generacional se complica cuando el poder se traspasa entre familiares o se asume como un elemento del patrimonio personal del mandatario que arriesgó la vida para alcanzarlo.

II

Una segunda característica es su carácter reactivo. La organización y activación de los movimientos del quinto poder es generalmente una respuesta a acciones de otros actores sociales y no el producto de iniciativas propias. Este poder no se activa si no recibe un estímulo -interno o del exterior- que lo impulse: requiere ser disparado por algún resorte. En este caso fue el incremento de precios de los alimentos y el desempleo crónico que sufren las naciones del Magreb y Oriente Medio. También en este rubro son muchas las coincidencias observadas en los 12 países. Primero, son países de gente muy joven con políticos muy viejos. La edad promedio de la población es de 22.8 años. Segundo, la tasa de desempleo, en promedio, es de 21.31 por ciento. Según un cálculo del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas y la Liga Árabe, la mitad de los jóvenes de los países árabes están desempleados y el 40 por ciento de la población, es decir, más de 140 millones de personas, está por debajo del índice de pobreza.

Esos jóvenes fueron el motor de la reacción: pasaron en pocas semanas de estar paralizados por el autoritarismo y con sus expectativas congeladas, a conformar una ciudadanía inconforme, activa y sin miedo. En este sentido, se aprecia la formación y liberación de nuevas fuerzas en el seno de estas sociedades. Surge una organización espontánea. Surgen nuevos protagonistas, se activan conglomerados anónimos que antes permanecieron en la pasividad. Los líderes del quinto poder tienen características muy particulares que los ubican lejos de los liderazgos políticos tradicionales. Además de Mohamed Bouazizi, en Túnez surge Slim Amamou, un activista y bloguero de 33 años que, luego de ser detenido, se convirtió en secretario de juventud y deporte del gobierno de unidad nacional de Mohammed Ghannouchi. En Egipto, Jaled Said, otro bloguero, es asesinado a los 28 años por la policía secreta y se convirtió en el símbolo, casi un mártir, de la revuelta popular en Alejandría.

III

La tercera característica del quinto poder es su dependencia de las redes sociales. El quinto poder rara vez surge entre individuos sin nexos. A su dependencia de un marco cultural, histórico o geográfico, se suma un nuevo elemento: la tecnología, el uso de herramientas de internet que permite a la ciudadanía tejer redes de identificación mutua que los hace más resistentes y efectivos.

Los gobiernos que hoy están en crisis, o tienen potencialidad para estarlo, impidieron durante mucho tiempo la formación de fuerzas populares organizadas políticamente o de cualquier otra manera. En Túnez, el gobierno de Ben Ali frenó toda clase de expresiones populares. Pero estas permanecieron latentes y se activaron a partir de elementos novedosos: el cable de WikiLeaks en el que el embajador estadounidense dibuja a Túnez como una nación "enferma por la corrupción de su gobierno y de la familia del Presidente". A partir de eso, en Túnez la revolución se vivió en internet. Antonio Navarro escribía para Foreign Policy: "sin las redes sociales y la blogosfera la revolución tunecina no habría tenido lugar". Facebook se convirtió en un foro de debates de los jóvenes contestatarios; Twitter en el medio para la convocatoria y organización de las manifestaciones callejeras. Los llamados smartphones, celulares con cámara de fotos y video, y YouTube, sirvieron para llevar un registro de la insurrección. Todo de forma espontánea. Quizá la expresión más organizada fue la embestida del colectivo hacker llamado Anonymous, contra páginas web del gobierno tunecino. La organización del quinto poder estuvo en manos de los internautas. Es cierto que el resto de los países del norte de África y Oriente Medio no cuenta con el mismo nivel de acceso a internet que tiene Túnez. Sin embargo, las redes sociales son las grandes esperanzas de los movimientos del quinto poder en esas latitudes a partir de la sensación de que pueden cambiar al mundo.

IV

La cuarta característica del quinto poder es su vocación transformadora. La sociedad se relaciona porque comparte la aspiración por formas de vida que, real o supuestamente, consideran mejores. Reacciona para transformar determinados planos de su vida y evidenciar su existencia con su capacidad de movilizarse. La sociedad ha descubierto su poder y lo pone a prueba en su capacidad de transformar el statu quo. El quinto poder existe cuando es capaz de transformar y, en este caso, el motor de transformación es la democracia. No hay un llamado a tomar el poder. En la región, y principalmente en Túnez y Egipto, la consigna es libertad y democracia. Ambos países demostraron su vocación democrática en sus manifestaciones, donde reinó la tolerancia religiosa, la moderación y la civilidad.Ahora, el enorme reto del quinto poder es que ese florecimiento democrático sea eso, y no una oportunidad para los islamistas organizados. En ese sentido, el legado de este movimiento es, quizá, romper el prejuicio que indica que la palabra democracia no puede estar acompañada de la palabra árabe. Para lograrlo, los nuevos gobiernos emanados de la Revolución de los Jazmines, más allá de su orientación, tendrán que aprender a convivir con el quinto poder; con una sociedad activa que demanda su inclusión en el espacio público. ·






El autor es politólogo y analista político. twitter.com/zoerobledo