Septiembre en Chiapas

Septiembre en Chiapas

jueves, 13 de diciembre de 2012

En el Senado realizamos un homenaje al reconocido artista chiapaneco Rodolfo Disner.

PALABRAS DEL SENADOR ZOÉ ROBLEDO CON MOTIVO DEL HOMENAJE A RODOLFO DISNER.
A los 1050 grados centígrados, arde la arena. A diferencia del papel tan consistentemente reclamado por Ray Bradbury,  los barros que el maestro  Rodolfo Disner moldea arden para fundirse y recibir el soplo humano-divino creador del arte.  El barro es un material terrestre, pero su transformación ha sido también tarea de deidades poderosas y ampliamente reconocidas. Por eso el barro atrae a los niños y, como tal, atrajo al maestro Rodolfo Disner en sus primeros años.
Los hombres de Chiapas, por supuesto, no están hechos solamente de barro. Más bien son de maíz y, en consecuencia, el maestro Disner se a visto en la necesidad de transformar el barro en un ingrediente solar distinto. Muchos años pasó el Maestro para convertir las arenas costeras en un material con toda la consistencia del elemento primigenio de los chiapanecos.
Por eso la cerámica de Disner se hace con materiales cósmicos. Su hierro y sus óxidos se han generado en el complicado mar del tiempo y las distancias. En consecuencia, no es extraño que su arte se relacione con el sol;  la estrella creadora de la vida y del mar. La estrella que es la madre de hombres, de mujeres, de sirenas, de tiburones y de caballitos de mar.
El hombre al que hoy homenajeamos aquí, es un chiapaneco de tiempo completo. Nacido en Huixtla y residente por vocación en Tonalá, tiene la prosapia de los chiapanecos nacidos junto al agua que viene por la Sierra Madre y el calor de las planicies tonaltecas.  Seguramente por eso se explica su obsesión por el mar y por las entidades que lo habitan permanentemente y, sobre todo, por las que se mixturan entre las olas y las montañas.
La obra pretende sobrevivir al tiempo. El material básico del artista es durable y Disner refiere el ejemplo de las tablillas en la Mesopotamia. Se trata de transmitir al futuro una visión colorida del escenario en que vivimos;  particularmente. De los imaginarios de las mujeres y los hombres de Chiapas.
En el libro que hoy se presenta aquí, y que  han de comentar los otros panelistas, se observa una apreciación plástica que llama a reflexionar.  Sobre todo, las obras en los distintos campus de la Universidad Autónoma de Chiapas. Disner no pretende crear un molde para el pensamiento, sino animar en todos los sentidos las libertades, con el trasfondo de la razón, la duda y la búsqueda.
En Chiapas, los enamorados siguen la regla clásica: quieren conocer directamente a la pretensa y en seguida vendrán las fotografías y demás prendas para remachar los sentimientos. En este caso, el libro contienen las fotografías y los ensayos que nos presentan la obra. El resultado debe ser el mismo: convocar a un conocimiento directo, cálido, del arte chiapaneco del Disner de todas partes.
El material arcilla, que parece modesto, es convertido por el pintor ceramista en una vertiente soberbia en cuanto a su duración. Cuando los tablilleros de Babilonia hacían su tarea, seguramente pensaban en los hombres que leerían el mensaje en el tiempo futuro. La tierra, que es un material modesto en apariencia, es el elemento supremo para la vida humana. Disner trabaja sobre la tierra.
 A los 1050 grados centígrados arde la arena para dar paso a la cerámica. Del previsible calor infernal de los hornos, no importa que sean eléctricos, de gas o de leña, el maestro Rodolfo extrae un colorido de frescuras. El tiempo para enfriar el arte, seguramente es a escala del tiempo para formar al artista.
Las mujeres han sido un tema recurrente en la obra de Disner. Se ve y se siente la voluptuosidad de las costeñas y la sensualidad oculta de las referencias plásticas de otras latitudes. La mujer, tal como lo señalaba Octavio Paz, tiene un centro de atracción y es su sexo, un espacio oscuro que, a su vez, es un sol. Disner recrea la metáfora y nos sumerge en le contemplación que es complicidad y encuentro liviano.  Sin embargo, la sensualidad de las mujeres de Disner no es solamente para el disfrute del varón; sino para recrearse en la mujer misma.  Las mujeres de Disner no son objetos, sino sujetos de sensualidades misteriosas o explicables: ocultas o visibles.
Las mujeres que pinta don Rodolfo tienen diversas presentaciones. Lo mismo las encontramos en lances de lucha, como de cortesía con las especies y los frutos solares. Lo mismo posando para la vista en el agua, que en un encuentro lúdico con delfines, angulas o haciendo sonar un  estético caracol marino.
Su pintura-cerámica abstracta no le es fiel. La abstracción en Disner parece escapar por la ventana de los colores. Su visión de lo substantivo, con nombre y actas humanas o solares de origen, lo traiciona y las abstracciones toman formas y contenidos. Se siente que el pintor ceramista  quiere mostrarnos sus vivencias y percepciones. En ese terreno, no hay imitaciones abstractas, sino una consistente visión hacia los seres de existencia real y formas definidas.
Sus Quijotes y Cristos no expresan los dolores ni las penalidades que la tradición, en todos los sentidos, les ha asignado.  Más que los signos del martirio los Cristos reflejan un trasfondo pensante. Lejos de invocar la indulgencia divina, los Cristos parecen llamar la atención sobre lo humano. En los Quijotes, más que referir la diletancia, los hombres de La Mancha, hechos en Tonalá, nos pintan a un caballero que es el hijo predilecto de la locura. Los quijotes de Disner son, discreta pero consistentemente, lúdicos.
A los 1050 grados centígrados, el barro se funde. El hacedor crea figuras que parecen estar en movimiento. La danza es un juego voluptuoso, pero esa sensación se alcanza solamente cuando en la imaginación se genera el movimiento. Los peces que pinta  Disner parecen moverse como peces en el agua. Lo hacen con tranquilidad, como conscientes de que ese entorno es inevitable y, por eso mismo, sus milenios genéticos les han enseñado a sentir los placeres del agua.
Para el pintor, el mar sí tiene comienzos. Empieza cuando el barro caliente se enfría y se llena del color azul respectivo. Empieza cuando los cayucos se alejan de la orilla y, como si eso no fuese suficiente, cuando la palmera y sus trasfondos parecen despedir a los mareños.  El mar, como lo dice José Emilio Pacheco, empieza cuando uno lo mira y termina en cualquier parte.
El arte, como el mar, está y es de todas partes. Sin embargo, los mareños en esta obra seguramente son los de Chiapas. Los chiapanecos percibimos su voz y sus caminares festivos. Es probable que sean de Tonalá, pero también pueden ser de Pijijiapan o de los límites entre Chiapas y Oaxaca. Las mujeres y las sirenas son, definitivamente, chiapanecas.
El fuego que Disner enciende no tiene ninguna intención purificadora. El calor no es para redimir culpas, sino para promover las sensualidades y los ejercicios lúdicos. El fuego es un intento de sustituir al sol o de domesticar el calor para que los hombres lo disfruten en el espacio del color. El fuego-sol de Tonalá también formó al artista.
A los 1050 grados centígrados el barro arde. A los 80 años, el artista recurre al barro que ha sido domesticado por el fuego y por el tiempo. También el tiempo ha pulido las potencialidades innatas de Rodolfo Disner. Le ha convertido en un chiapaneco ejemplar,  privilegiado por el enigmático ángel del arte; digno de ser homenajeado y, en el mejor de los homenajes,  que su obra sea conocida por las nuevas generaciones.  El libro que hoy se presenta, tiene ese propósito.
El arte de Disner está muy lejos del panfleto o de la prédica moralizante. Su compromiso es con el arte que, a pesar de la limitación en los materiales que maneja, es un arte de libertades amplias. El arte no tiene mayores compromisos. El arte, para citar a Borges, simplemente sucede.

Muchas gracias.

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