Las reuniones interparlamentarias, de parlamentos
de diferentes países, tiene malas famas desde dos ángulos. Uno, de que son
estrategias supranacionales para eliminar
la potestad de los estados nacionales y construir un esquema de poder
que borre a las identidades de cada país y sea, además, un poderoso bastión de
los nuevos imperialismos. De otro lado,
tienen fama de que no sirven para nada. El error está en la una y la otra
apreciación. La verdad también está en
la una y en la otra.
Ciertamente, en algunos casos, los parlamentos que
incluyen a varios países pueden impactar a los estados nacionales y borrar
algunos rasgos identitarios de la ciudadanía. Esto es relativamente cierto en
el caso del Parlamento Europeo, en donde hay acuerdos muy en serio en torno a
las legislaciones locales en diversos temas. Sin embargo, Europa es Europa y en
este caso los estados nacionales y las identidades locales dificultaban una
integración económica que desde décadas atrás
ha sido inevitable, aun cuando ocasionalmente —como ahora— pase por tiempos desfavorables.
Cuando se dice que estos encuentros no sirven para
nada también es una opinión con certezas y no certezas. A veces es un encuentro
simbólico de legisladores que, ocasionalmente, también son legisladores, para
decirlo de alguna manera, testimoniales.
El interparlamentarismo es, por eso mismo complicado y de estos eventos
CASI siempre no se puede esperar mucho, pero se puede esperar ALGO y sobre ese
particular quiero verter algunas consideraciones.
En el caso de América Central, los chiapanecos
tenemos muchos puntos en común con diversas gradaciones en cuanto a su
importancia y pertinencia. Tenemos un marco geográfico que tiene varias similitudes,
así como muy marcadas diferencias. Tenemos un pasado cultural, el Maya-Quiché,
que es competitivo en relación con las grandes civilizaciones a lo largo de la
historia humana. Somos muy similares y, a la vez, somos muy diferentes.
Pero lo más grave es que nuestras relaciones con
América Central están cargadas de desconocimientos y de prejuicios. La relación es de calificativos que casi
siempre son ejercicios de auto-agresión. En América Central suele llamarse “Azteca”
o “Chichimeca” a las enfermedades de la peor especie. En México, el tratamiento
a los centroamericanos no es algo que pueda llenarnos de orgullo.
Por eso mismo, es necesario buscar un acercamiento
más objetivo y con una visión renovada. Debemos poner un “hasta aquí”, a las
visiones con el rayado cristal del
estereotipo. Necesitamos acercarnos a América Central y que los
centroamericanos se acerquen a nosotros. Necesitamos, como decía el “imperialista”
poema náhuatl: “conocernos, porque aquí de plano no vamos a quedarnos”.
Los chiapanecos, durante mucho tiempo, pagamos
tributos al Partido de los Confines y a la Nueva España. Tal vez por eso
tenemos muchas reticencias. Sin embargo, necesitamos ver que hay al sur del río
Suchiate y valorar las potencialidades de una integración regional, en términos
económicos y sociales: una integración que vaya más allá de las fronteras.
Necesitamos construir un mercado regional y una gran red generadora de
satisfactores que puedan transitar hacia otras regiones del planeta. Puede ser
y podemos ir tras esa posibilidad.
Necesitamos el compromiso con el futuro, la visión abierta y el talento
para encontrar nuevos caminos.
Veamos que no se trate mal a los centroamericanos
allá en la Pochota de Tuxtla Gutiérrez. Pero veamos también que no solamente se
deben evitar las violaciones, no solamente a los derechos humanos, sino a los simples principios de la
moralidad. Busquemos evitar que los
habitantes del sur mesoamericano sean explotados y ofendidos, no solamente con
medidas jurídicas, sino con un mejor desarrollo integral de nuestras economías
regionales y en las complicadas
relaciones sociales. Es posible estudiar el trasfondo de la economía y de la
sociedad actual en nuestros entornos.
También es necesario conocernos culturalmente mejor en este tiempo de
las regiones.
Estas realidades no solamente legitiman la
necesidad de un parlamento en América Central. Se necesita pasar de lo
simbólico a lo trascendente. Convertir al Parlamento Centroamericano en un
espacio para proponer acciones, que empiecen por valorar y revalorar nuestras
semejanzas e identidades. Podemos empezar por hacer menos agresivas las
relaciones entre las autoridades y los pueblos.
El sur mesoamericano es un conjunto de plumas de la
misma ala. Si esas plumas cayeron al mar o a la selva es un incentivo para
encontrarlas. La geografía lo hace
posible, la historia lo hace necesario y el futuro lo exige.
* El autor es Senador por Chiapas por el PRD.
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