Septiembre en Chiapas

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martes, 25 de marzo de 2014

TIEMPO PARA REFLEXIONAR: LOS CIEN AÑOS DE OCTAVIO PAZ.



Zoé Robledo*
25 de marzo de 2014

Damos vueltas en el vientre animal, en el vientre mineral,

En el vientre temporal. Encontrar la salida: el poema

Octavio Paz. Libertad bajo palabra


A finales del mes de marzo, se cumplen cien años del nacimiento de Octavio Paz en una vieja casona de Mixcoac,  en el Distrito Federal.  El niño Paz liga su existencia a la biblioteca de su padre y a las andanzas infantiles con el abuelo Ireneo Paz. Su padre y su abuelo, junto con la biblioteca y una tía que le enseñó francés, serán decisivos en la formación del poeta: libre y creativa. Una formación comprometida libremente con las causas esenciales del humanismo en el sentido pleno del término.

Octavio Paz Lozano no escribió una autobiografía: no hizo una narración puntual de su vida, sino que se limitó a vivirla intensamente, aun cuando sus recuerdos constituyen un ingrediente esencial de su obra, particularmente en su poesía. De todas maneras, Octavio Paz reconoce el valor de su vida familiar y la relación de estas vivencias con buena parte de sus obras.

El poeta que nació hace cien años, vio pasar ante sí una parte de la historia de México. Vio a los hombres pendidos de los postes de telégrafo, con sus cuerpos vencidos y sus secuelas inquietantes. Vivió el autoritarismo del sistema político y percibió la aparición de los pasados —a veces festivos y a veces violentos— que resucitaban de nuestras complicadas pirámides en el tiempo. Vio, en el sentido de estudiarlo, el tiempo dorado de Sor Juana con sus poemas referentes y sus cuestionamientos a las formas de la prédica cristiana que, en última instancia, eran dudas sobre el fondo. Percibió la poesía del Valle de México prehispánico y se sumergió en las duras piedras de las pirámides tanto en el centro del país como en el entorno mayense.

Octavio Paz exploró el tiempo dorado de los mexicas y fue testigo de la resurrección de los dioses guerreros y sanguinarios en aquella tarde de octubre de 1968. Hizo una poesía profunda y nos enseñó a valorar a poetas como Ramón López Velarde, lo mismo que a la poesía cósmica de Walt Witman. Nos trajo noticias sobre Rubén Darío y de otros modernistas como Huidobro y de sus herederos mexicanos como Gorostiza. Paz fue uno de los grandes poetas mexicanos de todos los tiempos y un impresionante conocedor de la poesía universal.

La poesía fue su pasión predilecta y él siempre fue muy respetuoso y admirador de las pasiones humanas. Al descubrir y vivir la poesía sustrajo de la palabra libre una visión en libertad de sus vivencias nacionales y del exterior. Con libertad exploró nuestros diferentes tiempos e hizo una defensa monumental de la libertad.  Tal vez por eso se opuso sistemáticamente a toda clase de posiciones maniqueas, lo mismo de los ideólogos que de los teólogos. Para él, ser prisionero de la ideología era tan lamentable como serlo de las invocaciones teológicas.

Para muchos mexicanos, e innumerables extranjeros, el gran libro sobre México es El laberinto de la soledad. Como todo gran texto hecho de manera declarada por seres humanos, El Laberinto es una reflexión discutible y ya muchas veces discutida. Nos habla de nuestra historia que, para bien o para mal, es pariente del mito o de los mitos que nos siguen a todas partes. Para Paz, los mexicanos somos prisioneros de una soledad que nace de las nostalgias por un pasado y un lugar en el que éramos felices.  Nunca se sabrá cuándo existió este lugar perfecto y sagrado, ni en dónde estuvo, pero la certeza de su existencia nos lleva a la angustia de buscarlo. Por eso tenemos muchas cuentas pendientes con nuestros tiempos que ya se fueron.

Por ese motivo, los mexicanos somos complicados. Por eso hay una huida permanente y una búsqueda cotidiana. El pasado nos sigue por donde quiera y nos agrede permanentemente. Nos agrede como un recuerdo de lo que perdimos y nos impacta por los males que hemos debido vivir. En los Estados Unidos, un boxeador que no quiso ir a Vietnam fue vitoreado cuando portó la bandera norteamericana en una competencia deportiva.  Otro que no quiso ir a Vietnam fue presidente de aquel país.  En México tales eventos serían muy difíciles, porque nuestro pasado pesa mucho. Todavía hay pleitos entre seguidores de La Malinche y los del impoluto héroe Cuauhtémoc.  Todavía hay violencias entre seguidores de Vicente Guerrero y de Agustín de  Iturbide.

Octavio Paz nos llama a revisar nuestro  pasado y a reconciliarnos con él. Para reconciliarnos con él debemos conocerlos y sentir con toda libertad que el pasado ya pasó y no volverá a agredirnos. Para eso se necesita filosofar nuestra historia; es decir, llenarla de preguntas.

Octavio Paz nos dejó físicamente hace poco más de una década y dejó un vacío que solamente puede cubrirse con el conocimiento de su obra. Como poeta fue el Gran Poeta.  Como intelectual crecerá en la medida que más se le conozca.  

* El autor es Senador por Chiapas y Presidente de la Comisión de Biblioteca y Asuntos Editoriales.



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