Septiembre en Chiapas

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viernes, 16 de mayo de 2014

Cuarón y el debate público.















En febrero pasado el ex presidente de España, Felipe González, y el presidente de Cataluña, Artur Mas, celebraron un debate público en televisión abierta y horario estelar sobre uno de los temas más trascendentales, y polarizantes para España y Europa: el nacionalismo independentista, en este caso el de Cataluña. Durante más de una hora y media y con un interlocutor mediante, dos representantes de ideas y visiones de país distintas se enfrentaron en el plano de los argumentos. No tenían la intención de convencer uno al otro, mantuvieron sus posiciones sin ceder. Pero lo hicieron con tal respeto, tal elocuencia, tal pasión que, como dice Juan José Millás: "al comunicarse entre ellos pusieron en comunicación algunas partes de nosotros que tienen también dificultades para relacionarse entre sí, especialmente en asuntos políticos".

Para muchos es claro que el elemento sustantivo de una democracia estriba en el tipo, sentido y alcance de sus discusiones públicas frente al conflicto entre intereses (de Estados, comunidades, grupos, individuos) distintos. Cuando una democracia concentra la evaluación de su calidad únicamente en los procedimientos y las reglas formales se convierte en una democracia hueca y probablemente también ineficaz. Esto es lo que Jürgen Habermas denominó la "situación ideal del discurso", la cual permite a los individuos encontrar distintos puntos de vista frente a un mismo tema y dirimir sus diferencias a partir de una discusión libre en donde los argumentos se expongan respetando los presupuestos de inteligibilidad, veracidad y racionalidad. Es decir, la calidad de la democracia está en la manera en la que ésta ha logrado institucionalizar el disenso.

En México ocurre algo distinto. A más de dos semanas de que el director Alfonso Cuarón haya realizado 10 preguntas al Presidente de la República sobre la Reforma Energética, nuestra democracia discute algo impensable: la calidad y posición moral de Alfonso Cuarón para haberse atrevido a hacer tal despropósito. Cualquier atisbo de razón que pudiéramos encontrar en tal ejercicio queda suprimido de la discusión porque "¿Quién se cree Alfonso Cuarón para interpelar al Presidente".

Lo que sucede con Cuarón no es menor. Nuestra transición política lleva años trabajando en el desarrollo de más y mejores reglas para ponernos de acuerdo. Esto, en el fondo, oculta un temor a todo aquello discontinuo, batallador, contestatario y que pueda sacudir el orden esperado de las cosas. Dicen que los presidentes en el régimen de partido hegemónico, al preguntar la hora, recibían por respuesta "la que usted diga, señor Presidente". Esta herencia autoritaria choca con los avances democráticos que en la letra hemos conquistado. Ante las preguntas de Cuarón, muchos comunicadores emprendieron una censura previa en nombre de un principio de autoridad que dicen que él no tiene pero curiosamente ellos sí. Para nuestra elegante aristocracia mediática el ejercicio de la libertad de expresión es un privilegio para quien puede demostrar a priori que tiene algo relevante que decir.

Considero positivo que en los medios de comunicación haya una oferta amplia de programas de opinión y comentario con diálogos entre posturas distintas entre sí. Pero no es suficiente. Hacen falta debates entre políticos sobre el cómo y el por qué de sus acciones frente al gran público que los eligió. Y creo que ese debate debe darse en los medios porque ha estado ausente en las Cámaras. Un dato: en el Senado, de las 122 intervenciones en tribuna que hubo durante la jornada en que se aprobó la Reforma Energética, 77 fueron del PRD, 14 del PRI y 10 del PAN. Ese tipo y formato de debate no contribuye a la calidad democrática.

¿Cuándo fue la última vez que existió un debate público en México ¿Por qué resulta tan difícil de concebir que, por ejemplo, en cada estado de la República las señales de televisión pública transmitan un debate con los legisladores federales de la entidad que discutan la Reforma Energética dentro de las coordenadas específicas de su estado y consideren las necesidades de su población Es hora de echar mano de instrumentos poco valorados en nuestra democracia; como el debate público en televisión pública entre actores públicos.


Cuando falleció Nelson Mandela la clase política se animó a homenajearlo y darle el rango de referente y guía de conducta. Mandela fue quien dijo: "Un buen líder puede participar en un debate franco y a fondo, sabiendo que al final él y su contraparte se acercarán para así salir fortalecidos ambos. Uno no tiene esa concepción cuando se es arrogante, superficial y mal informado".


El autor es Senador de Chiapas por el PRD, Secretario de la Comisión de Estudios Legislativos Primera.

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