Septiembre en Chiapas

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miércoles, 25 de septiembre de 2013

40 años sin Pablo Neruda: Zoé Robledo


El 19 de septiembre de 1973, Pablo Neruda, enfermo de muerte fue conducido de su residencia en Isla Negra a Santiago de Chile, en donde falleció el fatídico 23 del mismo mes. Su enfermedad se había agravado por la noticia del golpe de Estado del día 11 y por la muerte de su amigo entrañable: el presidente Salvador Allende.

Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, que era el nombre real del poeta, había nacido en Parral, en la provincia chilena, el 12 de julio de 1904, y tras muchos años de trasegar por la poesía obtuvo el Premio Nobel, en 1971, cuando desempeñaba actividades diplomáticas de la Unidad Popular en París.

En un aniversario como el de hace dos días, podemos homenajear al poeta con la referencia a algunas de sus reflexiones sobre México. Son registros afectuosos sobre nuestras dualidades y contrastes; sobre nuestras grandezas y limitaciones. Neruda ve un México simultáneo de flores y espinas. Nos describe y nos pinta lejos de los sombreros charros y de las pistolas. También, muy distante de los bigotes estridentes.

Es un país de gritos misteriosos y de silencios con intenciones muy claras. Al recorrer nuestra geografía, encuentra claroscuros físicos y contrastes culturales. Nos descubre moralidades y comportamientos encontrados .Es un país de climas variantes. De fríos australes y de calores escalofriantes. De sequía y de aguas generosas. El agua tranquila y misterios de los cenotes, junto a lo impredecible de los ríos.

Neruda encuentra al México real en los mercados. Observa los colores y los tamaños de la abundancia de los puestos de venta: a esa generosidad, le da una lectura promisoria. México es un país de diversidades que pueden ser los materiales para construir un país mejor para muchos más.

Los mercados mexicanos reflejan la abundancia en las regiones. Son los espacios para las vasijas y las frutas. El corte de las frutas es, con frecuencia, un ejercicio de geometrías fascinantes. Las frutas y las legumbres, con mucha frecuencia, son o tienen forma de flores. Los mercados también son el lugar para encontrarse con la sabiduría de las manos mexicanas. La creatividad que viste pulgas y domestica pequeñas aves para convertirlas en auxiliares de los humanos. Manos que domestican el barro y convierten a los telares en máquinas para soñar con los colores. Manos que se han especializado en el mester de la belleza.

El poeta nos acompaña por los desiertos de Sonora y por los bosques de Chiapas. Y guarda silencio. Al reponerse, en Chiapas, alcanza a decir que el corazón del mundo es un follaje. Observa las aves que van de los humildes tapacaminos, de canto casi secreto, a los portentosos quetzales, de plumaje que no admite actitudes distintas al asombro. Para describir a un quetzal, se requiere una poesía distinta. Por lo pronto, la belleza lo hace olvidar la cercanía de los hombres con el llanto y la agonía.

El futuro Premio Nobel encuentra en Chiapas una telegrafía de las montañas. Se intriga con los misterios de los árboles que no dejan ver las creaciones de los hombres prehispánicos. Observa las sombras del jaguar, del tigre y de los ciervos.

Lee entre las líneas de los árboles el recio encuentro de los depredadores y las víctimas.

Se maravilla con el bosque chiapaneco que deja entrever maderas, pájaros y serpientes. Los animales cubiertos por la magia y el misterio que los sacraliza. Por eso hay serpientes emplumadas y águilas fundacionales. Por eso es posible una cantata de cigarras.

México es un país mágico de espacios y tiempos. La sensualidad se ve con frecuencia y se percibe permanentemente. La magia está en su geografía y en su historia llena de portentos de diferentes signos y orientaciones. Sus suelos reflejan contrastes y su historia es una combinación de aciertos portentosos y de errores llenos de ignominia.

Neruda no es complaciente con nosotros. Sin embargo, en esa apreciación destaca la generosidad mexicana que suele multiplicarse cuando y en donde hace falta. Y es que no se puede ser complaciente con una tierra a la que se admira. Neruda confiesa que ha vivido enamorado de nuestro país.

Rafael Alberti, otro poeta español laureado, afirmaba que en el norte del Continente había un Walt Whitman y en el sur un Pablo Neruda. Podríamos añadir aquí, que en el centro del Continente hubo un centro poético, bajo el signo del modernismo, Rubén Darío y Octavio Paz.

Neruda fue un hombre de palabras y acciones. Combinó, como un artesano sabio y paciente, un artesano del tiempo, las palabras para crear voces de celebración y de reclamo.

Vivió también las acciones de solidaridad humana, lo mismo en la guerra civil española, que en su país lleno de promesas. Lo mismo preparando un barco para salvar a españoles refugiados en Francia, que en la formación de una conciencia continental progresista. Sufrió cuando su patria pasó de ser un Vietnam silencioso a una esperanza bombardeada. Neruda fue, es, un poeta de compromiso con las causas del ser humano.

Hace algunos meses, se confirmó la existencia de una partícula que mantiene la unidad de la materia. Hace muchos años, muchos siglos, se descubrió que el elemento para mantener la unidad del espíritu es la palabra. Por eso conmemoramos la muerte del poeta.

A Pablo Neruda no lo cubre el polvo de un país vecino (Machado), sino la tierra de su propia tierra. También lo cubre el coro general de la palabra. Cuando se abre cualquier página de la poesía de Neruda, se revive la permanencia mítica de los hombres en la tierra.



*El autor es senador por Chiapas.

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