Septiembre en Chiapas

Septiembre en Chiapas

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Justicia, Paz y Memoria. El Caso de Alberto Patishtán.


 
 
Zoé Robledo*
17 de septiembre de 2013
 
La justicia, siempre convida a la paz. Así de llano, así de cierto.
Por eso es importante la justicia, porque sin ella no hay paz duradera, porque sin justicia crecen los resabios, los agravios perduran y, tarde o temprano, trastocan la vida interna de una familia, de una comunidad o de una sociedad.
 
Justicia hoy en Chiapas es sinónimo de libertad del profesor Alberto Patishtán.
 
Multitud de voces, desde los expertos en derechos humanos, de juristas prestigiados y de importantes actores sociales y políticos de distinto signo, militancia y latitud, cuando analizan con cautela el caso del profesor Patishtán llegan a la misma conclusión: es una injusticia su reclusión.
 
En diferentes foros, medios e incluso desde la tribuna de la Cámara de Diputados y de la de Senadores, se han señalado y documentado las irregularidades e inconsistencias en su proceso, incluso se ha comparado su situación con la de casos que han atraído la atención pública y mediática como el de la ciudadana francesa Florence Cassez.
 
Se ha expresado con claridad que no se respetó el debido proceso, que se violó el derecho de presunción de inocencia, que hubo una actuación diferenciada con respecto a otros coacusados, y sin embargo, sigue en prisión.
 
El profesor Alberto Patishtán está preso desde junio del 2000. Se le acusa de haber masacrado él solo a siete policías y herido a dos personas más en la carretera Simojovel – El Bosque. Desde entonces ha interpuesto recursos ante todas las instancias, hasta llegar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
 
Pero el 6 de marzo pasado, la Primera Sala de la Suprema Corte rechazó, en una votación muy ajustada de tres votos contra dos, revisar el caso y lo turnó nuevamente a un Tribunal Colegiado.
 
Las víctimas de ese terrible y condenable suceso de hace más de una década, sin lugar a dudas merecen justicia. Pero ésta no se logra con otra injusticia como lo es la sentencia y la permanencia en reclusión del profesor Alberto Patishtán.
 
Desde que empezaron a surgir “presuntos culpables”, es decir documentar el caso de inocentes puestos en reclusión injustamente, hasta las amplias discusiones sobre trascendencia del debido proceso, el sistema de justicia mexicano ha estado bajo el escrutinio público en los últimos años y ha sido destacable el reconocer sus imperfecciones, no por hacer escarnio, sino porque su reconocimiento hace corregir desviaciones.
 
Recordemos, el desafortunado suceso conocido como el “michoacanazo”. En casi pleno período electoral de 2009, se utilizó a la Procuraduría General de la República para investigar supuestos nexos entre autoridades municipales y la delincuencia organizada. Se detuvo a indiciados, se les arraigó, se les inició proceso y posteriormente cada caso fue cayendo por pruebas insuficientes o dichos insostenibles. Uno a uno fueron liberados los detenidos y con ello se derrumbó la pretensión de utilizar a la justicia en terrenos propios de la política.
 
Otro caso paradigmático y de amplia difusión fue justamente en que la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió que Florence Cassez debía quedar en libertad, no porque se presumiera su inocencia o culpabilidad, sino porque se violentó el debido proceso, es decir: no se encontraba presente un traductor en todos los momentos procesales; la detención fue defectuosa, violentando los derechos humanos más elementales;  la actuación de las autoridades ministeriales y judiciales fue direccionada a un prejuicio de culpabilidad, sin respetar el criterio fundamental en toda democracia, la presunción de inocencia.
 
Si contrastamos el caso Cassez, con la injusticia en contra del maestro Patishtán en lo que refiere al debido proceso son exactamente iguales, ambos tuvieron violaciones procesales, se violentaron los mismos derechos. Lo rescatable de la resolución de la Corte en el caso Cassez fue sentar un precedente, en el que el debido proceso es el eje rector de toda valoración judicial respecto de las investigaciones ministeriales.
 
En teoría, el caso de Alberto Patishtán, se debería resolver de la misma manera que el caso de la ciudadana francesa, porque no existe diferencia en términos procesales de las violaciones de los cuales ambos fueron sujetos.
 
Las únicas diferencias entre estos dos casos estriban en la apreciación social de la responsabilidad de cada uno. En que Florence Cassez se encontraba en el lugar de los hechos y Patishtán no. En que el profesor Alberto es indígena y Florence Cassez no.
 ¿Acaso se necesitan embajadas indígenas para que presionen a las autoridades jurisdiccionales a resolver a favor de la condición humana de Patishtán? ¿Acaso su error es ser un indígena indefenso? Por supuesto que no.
 
El 12 de septiembre pasado, el primer tribunal del vigésimo circuito en materia penal, con sede en Tuxtla Gutiérrez, resolvió que después de todo el “debido proceso” no resulta tan relevante y ratificó la sentencia del profesor Patishtán, lo que nos hace pensar que en los hechos se  está validando a un Estado autoritario, que curiosamente se achica frente a los extranjeros y se envalentona ante sus ciudadanos, especialmente aquellos que se encuentran en una situación inequitativa, particularmente por su origen étnico.
 
El tribunal colegiado decidió en contra de un hombre que se enfrentó a gobiernos arbitrarios y fue un perseguido político hasta que lo detuvieron en condiciones de violación de sus garantías fundamentales. Hoy como prisionero político enfrenta los remanentes de ese autoritarismo que tanto anhelamos dejar atrás, de esas viejas prácticas arbitrarias que no respetan derechos y aplican únicamente a los más indefensos.
 
Por múltiples casos como los del profesor Patishtán, pero señaladamente por el suyo, propuse en el Senado de la República incorporar en la constitución un énfasis adicional a la obligación de hacer valer el debido proceso, para que nuestros juzgadores no tengan duda de su relevancia, bajo ninguna circunstancia y que tampoco puedan justificar decisiones políticas bajo el argumento de que se violó el debido proceso, pero “no mucho, solo un poquito”.
 
Dada la realidad que nos asecha y la serie de eventos desafortunados, comparto la idea de que no sobra establecer un mandato explícito en nuestra carta magna que signifique el valor rector, de toda actuación ministerial.
 
Hoy, el caso de Alberto Patishtán se vuelve paradigmático, en donde el énfasis no solo es el respeto a la presunción de inocencia y al debido proceso, importantes en si, sino constatar que estos elementos también son asequibles y representan una garantía para los pueblos y comunidades indígenas.
 
Me uno a las voces que exigen se haga una revisión exhaustiva de los procedimientos y la decisión surgida por el primer tribunal del vigésimo circuito el 12 de septiembre. Debemos estar claros que los formalismos no obstruyen la justicia. Y me uno también a quienes quieren dar paso, por las vías que el derecho también otorga, a hacer justicia a un luchador social, a un profesor indígena y a una víctima de los malos modos y los peores métodos del sistema judicial.
 
Es quizá momento para que el propio presidente de la República tome la palabra y en atención a sus atribuciones, convide a la paz en Chiapas, alcanzando lo que nuestro sistema judicial no quiso o no pudo: justicia para el profesor Alberto Patishtán. Justicia con dignidad, justicia que reconoce las limitaciones de nuestro sistema y otorga el indulto no como concesión del poder a un culpable, sino como reconocimiento extemporáneo de su inocencia.
 
La Justicia convida a la PAZ, eso en Chiapas lo tenemos siempre presente. Es tiempo que la República también lo tenga en su memoria.
 
* El autor es Senador por Chiapas.

No hay comentarios: